Donde el mar Cantábrico abraza el País Vasco con cariño desmedido, emerge una perla marinera que ha guardado sus secretos durante siglos. Getaria, con apenas 2.800 habitantes, no solo es el pueblo que vio nacer al primer hombre que completó la circunnavegación del globo; es un milagro geográfico donde un singular promontorio con forma de roedor (cariñosamente llamado «el Ratón») protege un puerto que ha sido testigo de mil historias marítimas desde la Edad Media.
La cuna del navegante que cambió el mundo
Juan Sebastián Elcano, hijo ilustre de estas calles empedradas, completó en 1522 lo que Magallanes no pudo: la primera vuelta al mundo. Hoy, un monumental tributo de bronce lo recuerda altivo frente al mar que lo vio partir. «Getaria respira a través de Elcano; su hazaña está grabada en la memoria colectiva de cada rincón del pueblo», explica Mikel Ezkurdia, historiador local.
El puerto donde el tiempo se detiene
Las coloridas embarcaciones pesqueras que danzan al ritmo de las mareas siguen siendo el corazón palpitante de Getaria. Cada mañana, cuando el sol apenas despunta, los arrantzales (pescadores vascos) regresan con sus capturas que, en cuestión de horas, saltan directamente a las parrillas de los restaurantes locales. Aquí, la tradición no es un adorno turístico; es el latido diario de un pueblo que vive mirando al mar.
El «Ratón» que vigila la costa vasca
San Antón, ese monte que parece un roedor gigante adentrándose en el mar, crea uno de los perfiles costeros más reconocibles del Cantábrico. Subir sus senderos sinuosos mientras el viento salado acaricia tu rostro te regalará panorámicas que han inspirado a pintores y poetas durante generaciones. Al atardecer, cuando el sol se despide pintando el horizonte de naranja, entiendes por qué este rincón vasco cautiva instantáneamente.
La gastronomía que sedujo a Anthony Bourdain
El rodaballo (turbot) a la parrilla de Getaria no es solo un plato; es una institución. Asado entero sobre brasas de encina, con su piel crujiente y su carne jugosa, ha convertido este pequeño pueblo en destino obligado para sibaritas de todo el mundo.
«Probablemente el mejor pescado que he comido en mi vida. Si pudiera elegir mi última comida en la Tierra, sería aquí», confesó el célebre chef y viajero Anthony Bourdain tras visitar el legendario restaurante Elkano.
Txakoli: el vino que desafía la gravedad
Las colinas que rodean Getaria esconden viñedos donde nace el txakoli, ese vino blanco ligeramente efervescente que los camareros vascos sirven desde altura para airearlo. Con denominación de origen propia, las bodegas locales ofrecen visitas donde descubrirás todos los secretos de esta bebida ancestral que marida perfectamente con los sabores del mar.
Catedral marinera: San Salvador
La iglesia de San Salvador, con su peculiar suelo inclinado que imita el casco de un barco, guarda siglos de plegarias de marineros y familias que esperaban su regreso. Su nave gótica, llena de referencias marítimas, es un testimonio pétreo de la profunda conexión entre la fe y el mar que ha modelado la identidad getariarra.
El genio de la moda que revolucionó París
Cristóbal Balenciaga, el hijo del pescador que conquistó la alta costura mundial, también nació entre estas calles marineras. Su museo, un edificio vanguardista que contrasta con el entorno medieval, alberga creaciones que cambiaron para siempre la silueta femenina del siglo XX. «Balenciaga tradujo la sobriedad y elegancia vascas al lenguaje universal de la moda», explica Miren Arzalluz, experta en su obra.
Un paseo entre dos mundos
El sendero costero que conecta Getaria con Zarautz (apenas 4 km) te regala una de las caminatas más hermosas del Cantábrico. A un lado, el mar infinito; al otro, viñedos escalonados que descienden hasta casi tocar la espuma de las olas. La leyenda dice que caminar este sendero al atardecer con tu persona amada sella una unión tan fuerte como las rocas que han resistido milenios de embates marinos.
El tesoro escondido bajo Katrapona
Pocos visitantes descubren el pasadizo medieval de Katrapona, un túnel que atraviesa las antiguas murallas para conectar el casco antiguo directamente con el puerto. Según cuentan los ancianos del lugar, durante siglos sirvió como vía de escape para contrabandistas y, en tiempos más recientes, como refugio durante la Guerra Civil.
Getaria es mucho más que un punto en el mapa vasco; es una experiencia sensorial completa donde el rugido del mar, el aroma del pescado recién asado, el sabor burbujeante del txakoli y la calidez de sus gentes tejen una sinfonía perfecta que permanece en el alma mucho después de haber partido. Un rincón auténtico donde el tiempo parece detenerse para recordarnos que la verdadera esencia de viajar está en descubrir estos pequeños paraísos que conservan intacta su alma.