A solo dos horas de Zaragoza, un tesoro medieval domina los cañones más impresionantes de Aragón. Alquézar, cuyo nombre árabe «al-Qasr» revela su origen como fortaleza defensiva del siglo IX, se alza majestuoso sobre un espolón rocoso, contemplando en silencio el fluir del río Vero durante más de mil años. Este pueblo de calles empedradas y casas de piedra ocre no es solo un viaje al pasado, sino la puerta a uno de los parques naturales más espectaculares y menos conocidos de España.
Un balcón sobre el abismo: la silueta que desafía la gravedad
Contemplar Alquézar por primera vez produce una sensación de irrealidad. Sus edificios parecen brotar directamente de la roca, coronados por la imponente Colegiata de Santa María la Mayor que vigila el horizonte. «Nuestra villa es como un libro de historia escrito en piedra, donde cada rincón cuenta una leyenda diferente», explica María, guía local y descendiente de varias generaciones de alquezaranos.
La fortaleza que cambió de manos y de fe
Fundado como bastión musulmán, Alquézar jugó un papel crucial en la Reconquista. Tras caer en manos cristianas en 1067, los Templarios dejaron su huella en sus murallas y callejuelas. Hoy, pasear por su casco histórico es como atravesar las páginas de un pergamino medieval donde conviven las culturas que moldearon la identidad aragonesa.
«Este pueblo tiene alma. Cuando el sol del atardecer tiñe de oro sus piedras, puedes sentir el latido de los siglos bajo tus pies», describe el historiador local Jorge Andreu.
El reino de piedra que esconde un oasis turquesa
El verdadero tesoro de Alquézar se revela al contemplar el paisaje que lo rodea. Los cañones del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, con sus formaciones kársticas esculpidas por el agua durante milenios, ofrecen un espectáculo natural sobrecogedor, similar a otros secretos acuáticos de los Pirineos. Las aguas cristalinas del río Vero han creado pozas naturales de tonos turquesa que invitan al baño en verano.
La cuna europea del barranquismo
Pocos saben que estos cañones aragoneses son considerados la cuna del barranquismo en Europa. Aventureros de todo el continente peregrinan hasta aquí para descender por gargantas que combinan adrenalina y belleza en igual medida. «Tenemos barrancos para todos los niveles, desde familias con niños hasta expertos buscando el máximo desafío», comenta Pablo, guía de barranquismo local desde hace 20 años.
Un lienzo de piedra que guarda secretos milenarios
Los acantilados que rodean Alquézar esconden otro tesoro: pinturas rupestres que han sobrevivido más de 10.000 años. El Parque Cultural del Río Vero alberga uno de los conjuntos de arte prehistórico más importantes de Europa, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, tan impresionante como otros pueblos tallados en roca de nuestro país.
La ruta de las pasarelas: un viaje entre dos mundos
Para quienes prefieren emociones más tranquilas, la Ruta de las Pasarelas de Alquézar ofrece un recorrido circular de apenas 3 km que serpentea junto al río, cruzando puentes colgantes y revelando miradores espectaculares. A diferencia de otros paraísos acuáticos europeos, aquí la belleza se disfruta en la intimidad.
«Hay un momento mágico, cuando las pasarelas te llevan casi a ras del agua, en que sientes que caminas entre dos mundos: el medieval en lo alto y el salvaje a tus pies», relata Ana, fotógrafa que visita Alquézar cada primavera.
El secreto mejor guardado: cuándo visitarlo
Aunque cada estación tiene su encanto, la primavera y el otoño son ideales para recorrer Alquézar sin las multitudes veraniegas. En mayo, los almendros florecen creando un contraste perfecto con la piedra ocre. Octubre regala atardeceres rojizos que han inspirado a artistas durante generaciones, recordando la belleza de otros parques naturales españoles.
Sabores que cuentan historias
Cualquier visita a Alquézar debe incluir una inmersión en su gastronomía. Los vinos de la denominación Somontano, el aceite de oliva del milenario olivar de la zona y las migas a la pastora nos hablan de una cultura que ha sabido extraer lo mejor de una tierra áspera pero generosa, igual que sucede en las zonas costeras de Galicia con sus propios tesoros.
Al contemplar el atardecer desde el mirador de la Sonrisa del Viento, mientras las últimas luces doradas acarician las paredes del cañón y la silueta medieval de Alquézar se recorta contra el cielo, entiendes por qué este rincón aragonés ha permanecido como un secreto tan bien guardado. En un mundo donde cada destino parece estar fotografiado hasta el cansancio, Alquézar todavía ofrece ese raro privilegio: el de sentir que has descubierto algo único, algo que te pertenece, al menos durante el tiempo que dura tu visita.