Este pueblo amurallado de 400 habitantes fue el primer conjunto histórico de España (a solo 90 minutos de Madrid esconde un festival donde miles de velas iluminan sus calles medievales)

En el corazón de Castilla y León, a poco más de una hora y media de Madrid, el tiempo parece haberse detenido en Pedraza. Este pueblo medieval amurallado de apenas 400 habitantes fue el primero de España en recibir la declaración de Conjunto Histórico-Artístico en 1951, antes incluso que ciudades monumentales como Toledo. Al cruzar su única puerta de acceso, el Arco de la Villa, uno siente que ha viajado ocho siglos atrás, cuando caballeros y mercaderes transitaban por sus calles empedradas.

Un tesoro escondido entre las montañas segovianas

Situada sobre un promontorio rocoso a 1.073 metros de altitud, Pedraza domina el paisaje serrano de Segovia como una fortaleza natural. Sus murallas medievales, perfectamente conservadas, abrazan un laberinto de callejuelas donde cada piedra cuenta una historia. «Pedraza no es un pueblo reconstruido para turistas, es un museo vivo donde habitamos entre paredes que han visto pasar a reyes y campesinos por igual», explica María Sanz, vecina del pueblo desde hace 40 años.

La plaza que enamora a primera vista

El corazón de Pedraza late en su Plaza Mayor, un conjunto arquitectónico del siglo XVI que parece sacado de un cuento medieval. Porticada y empedrada, rodeada de casonas señoriales con balcones de hierro forjado y blasones nobiliarios, esta plaza se transforma cada verano durante el Festival de las Velas, cuando miles de pequeñas llamas iluminan el pueblo mientras suenan melodías clásicas bajo las estrellas.

Un castillo con huéspedes ilustres

Dominando el horizonte, el Castillo de Pedraza ha pasado de ser prisión del rey Francisco I de Francia en el siglo XVI a convertirse en el estudio del pintor Ignacio Zuloaga. Sus robustos muros de piedra caliza han resistido el paso del tiempo como otras fortalezas medievales españolas que custodian secretos ancestrales y vistas panorámicas impresionantes.

La gastronomía que conquista paladares

En Pedraza, el placer sensorial continúa en sus mesones tradicionales. El cordero y el cochinillo asados en horno de leña reinan en las mesas, acompañados por los robustos vinos de la Ribera del Duero. «Nuestras recetas llevan siglos perfeccionándose, lo único que ha cambiado es quién se sienta a la mesa», comenta Javier Martín, propietario de uno de los restaurantes más antiguos.

«Pedraza es uno de los pocos lugares donde aún puedes sentir el peso de la historia en cada rincón, donde el silencio nocturno te transporta a otro tiempo.»

Un balcón hacia el pasado

La Cárcel de la Villa, reconvertida en museo, ofrece una ventana a la historia local. Desde su torre se contempla un paisaje que recuerda a los valles medievales del norte de España, con colinas suaves salpicadas de encinas y pueblos diminutos que parecen dormir eternamente.

El poder de la piedra y la memoria

Cada edificio de Pedraza cuenta una historia: la Iglesia de San Juan, con su torre románica; las casas señoriales con escudos nobiliarios; las callejuelas estrechas donde resuenan ecos del pasado. A diferencia de otros pueblos medievales en acantilados vertiginosos, Pedraza ofrece una belleza más íntima y accesible.

La magia de las noches sin luz eléctrica

Dos noches de julio, Pedraza apaga completamente su alumbrado eléctrico. Miles de velas iluminan calles, plazas y ventanas, creando un espectáculo único que atrae a visitantes de todo el mundo. Bajo esta luz temblorosa, el pueblo recupera su aspecto medieval, y la música clásica en la plaza completa una experiencia sensorial incomparable.

Un contraste con otros paisajes españoles

Mientras algunos rincones de España sorprenden por sus paisajes volcánicos junto al mar, Pedraza cautiva por su autenticidad castellana y su atmósfera medieval intacta. Este tesoro monumental serrano te transporta a un pasado donde el ritmo lo marcaban las estaciones y no los relojes.

Al abandonar Pedraza por el mismo arco de piedra por el que entraste, te llevas contigo no solo fotografías, sino la sensación de haber pisado un lugar donde el tiempo decidió hacer una pausa. Un pueblo que no representa el pasado, sino que lo vive cada día, preservando la esencia de la España medieval para quienes buscan algo más que monumentos: autenticidad y alma.