En las tierras altas de Turquía, donde la naturaleza esculpe caprichos que desafían la imaginación, se despliega un paisaje que parece arrancado de otro planeta: Pamukkale, el «Castillo de Algodón». A 37.9137° N y 29.1187° E, esta formación geológica de un blanco deslumbrante crea terrazas naturales que contienen piscinas de aguas termales cristalinas, donde los visitantes caminan descalzos sobre un suelo cálido que ha estado formándose durante milenios.
El fenómeno natural que desafía la gravedad
Pamukkale es el resultado de un fenómeno geotérmico único. Las aguas termales, cargadas de carbonato de calcio, emergen a la superficie y, al enfriarse, depositan minerales blancos que han creado con el tiempo estas extraordinarias terrazas escalonadas. El contraste entre el blanco inmaculado del travertino y el azul turquesa de sus piscinas naturales crea una escena hipnótica que cautiva inmediatamente a cualquier visitante.
Una ciudad romana sobre nubes blancas
Lo que muchos desconocen es que sobre este espectáculo natural se asienta Hierápolis, una antigua ciudad romana fundada en el siglo II a.C. «Caminar entre columnas y templos milenarios mientras observas estas formaciones naturales únicas es una experiencia que no se puede comparar con ninguna otra en el mundo», asegura Mehmet Yilmaz, guía local con 25 años de experiencia.
La piscina donde nadó Cleopatra
Entre los tesoros que esconde Pamukkale destaca la llamada «Piscina de Cleopatra». Según cuenta la leyenda, la propia reina egipcia se bañó en estas aguas terapéuticas durante su visita a la región. Hoy, los visitantes pueden sumergirse entre columnas romanas sumergidas, experimentando la historia de forma literal.
«Estas aguas no solo son hermosas, sino que contienen propiedades curativas conocidas desde la antigüedad. Los romanos construyeron Hierápolis precisamente por estos manantiales termales», explica la Dra. Ayşe Kartal, historiadora especializada en la Anatolia antigua.
La mejor época para visitar el «Castillo de Algodón»
La primavera (abril-junio) y el otoño (septiembre-octubre) ofrecen temperaturas ideales para disfrutar de Pamukkale. Durante estos meses, el sol ilumina las terrazas sin el calor abrasador del verano, cuando las temperaturas pueden superar los 40°C, haciendo incómodo el recorrido descalzo obligatorio para proteger el travertino.
Un legado protegido por la UNESCO
Desde 1988, Pamukkale-Hierápolis forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Esta designación ha ayudado a preservar este tesoro natural y arqueológico, aunque no sin desafíos. En décadas pasadas, hoteles construidos cerca de las terrazas amenazaron la integridad del sitio, pero fueron demolidos para proteger este frágil ecosistema.
Más allá de las terrazas blancas
La región de Denizli, donde se ubica Pamukkale, ofrece experiencias adicionales que complementan la visita. A tan solo unas horas se encuentra Capadocia con sus paisajes lunares y ciudades subterráneas, creando un itinerario turístico inolvidable por el corazón de Anatolia.
El vuelo en globo: otra perspectiva del paraíso blanco
Similar a las experiencias en los valles vinícolas portugueses, Pamukkale ofrece vuelos en globo al amanecer que revelan la verdadera magnitud de las terrazas. Desde las alturas, el «Castillo de Algodón» parece una cascada congelada en el tiempo, un espectáculo que queda grabado permanentemente en la memoria de quien lo contempla.
«Cuando el sol del amanecer ilumina las terrazas de travertino, todo Pamukkale se transforma en un mar de luz y sombras que parece respirar. Es uno de los espectáculos naturales más sobrenaturales que he fotografiado jamás», comparte Orhan Keskin, fotógrafo de National Geographic.
Al igual que las joyas medievales cercanas a Zagreb o las pintorescas regiones francesas, Pamukkale fusiona historia y belleza natural en perfecta armonía, recordándonos que los verdaderos tesoros del mundo a veces se esconden en lugares de singular belleza natural donde el tiempo parece detenerse.
Caminar descalzo sobre las terrazas de Pamukkale mientras el sol se pone, con la antigua Hierápolis como telón de fondo y el agua termal acariciando tus pies, es una de esas experiencias transformadoras que redefinen nuestra comprensión de la belleza. Este milagro geológico turco no solo es un destino; es un recordatorio vívido de que nuestro planeta aún guarda secretos capaces de dejarnos sin aliento.