En la cordillera pirenaica aragonesa, donde el tiempo parece haberse detenido hace mil años, se alza una joya medieval que deslumbra por su autenticidad y belleza: Aínsa. Este pequeño pero impresionante pueblo medieval de Aínsa no solo conserva su plaza porticada del siglo XII intacta, sino que también guarda entre sus calles empedradas el espíritu auténtico del antiguo reino aragonés.
La plaza que conquistó al tiempo
Al pisar la Plaza Mayor de Aínsa, sientes inmediatamente que has viajado ocho siglos atrás. Rodeada de casas señoriales de piedra y arcadas románicas perfectamente conservadas, esta plaza no es un escenario turístico construido para agradar, sino el corazón vivo de una comunidad que ha preservado su esencia medieval como pocos lugares en Europa. Cada dos años, estas piedras centenarias vibran con «La Morisma», una recreación histórica donde los ainsetanos reviven la legendaria batalla entre cristianos y musulmanes.
Un castillo que domina el horizonte
«Nuestro castillo no es solo piedra y historia, es el guardián que ha velado por Aínsa durante milenios», me explica Miguel, historiador local mientras ascendemos por la explanada. Esta fortaleza del siglo XI, estratégicamente ubicada en lo alto de un cerro, ofrece vistas panorámicas de los valles circundantes y alberga hoy el Ecomuseo de la Fauna Pirenaica, donde el visitante puede conocer las especies que habitan estos montes antes de explorarlos.
El casco histórico: un laberinto medieval perfectamente conservado
Callejear por Aínsa es sumergirse en un auténtico libro de historia. Sus dos calles principales, perfectamente alineadas y flanqueadas por edificios de piedra con escudos heráldicos, conducen a la impresionante iglesia románica de Santa María. Su claustro, que fusiona elementos románicos y góticos, es uno de los tesoros mejor guardados del Alto Aragón y merece una visita pausada.
La puerta a los tesoros naturales del Pirineo
Aínsa no solo brilla por su patrimonio arquitectónico. Su privilegiada ubicación la convierte en base perfecta para explorar el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, un espectáculo natural de cañones vertiginosos y cascadas que dejan sin aliento. A apenas una hora de distancia también se encuentran los impresionantes Alquézar y los cañones de Aragón, donde los amantes del senderismo encuentran su paraíso.
La leyenda de la cruz sobre la encina
Los ainsetanos custodian con orgullo la leyenda fundacional de su villa. Se dice que en el año 724, durante una encarnizada batalla contra los musulmanes, una cruz luminosa apareció sobre una encina, anunciando la victoria cristiana. Este milagro quedó inmortalizado en el escudo de Aragón y en la Cruz Cubierta, monumento que todos los visitantes fotografían al entrar en la villa.
Sabores de montaña en un entorno medieval
«La gastronomía de Aínsa es honesta y potente, como las piedras de nuestras casas», me comenta Ana, propietaria de un restaurante local mientras sirve un contundente plato de chiretas. En los restaurantes bajo los porches de la plaza y en las callejuelas adyacentes, los productos de montaña —setas, caza, quesos artesanales— se transforman en platos que mantienen viva la tradición culinaria pirenaica.
Excursiones imprescindibles desde Aínsa
Usar Aínsa como base permite visitar joyas como el Castillo de Loarre, la fortaleza románica mejor conservada de Europa, o adentrarse en La Selva de Irati durante el otoño, cuando los hayedos se tiñen de ocres y dorados. El cañón de Añisclo, menos conocido que Ordesa pero igualmente espectacular, ofrece rutas menos transitadas para los que buscan soledad y naturaleza en estado puro.
El mejor momento para visitar este tesoro medieval
La primavera y el otoño regalan a Aínsa su luz más especial. En mayo, los campos florecidos crean un contraste perfecto con la piedra antigua. Septiembre, con temperaturas suaves y menos turistas, permite disfrutar del pueblo con mayor tranquilidad. Si buscas vivir la tradición local, no te pierdas La Morisma en años impares o el Festival Internacional de Música Castillo de Aínsa en julio.
Aínsa no es simplemente un destino, es un viaje en el tiempo donde cada piedra cuenta una historia, cada plaza invita a quedarse y cada rincón promete un descubrimiento. En un mundo donde la autenticidad se vuelve cada vez más escasa, este pueblo medieval aragonés se mantiene como testigo orgulloso de un pasado que se niega a desaparecer, invitándote a formar parte de su historia milenaria.