En la cima de una montaña, a 815 metros sobre el nivel del mar, un centinela de piedra vigila los valles y llanuras de Navarra desde hace más de mil años. Ujué, uno de los pueblos medievales mejor conservados de España, oculta entre sus calles empedradas una joya arquitectónica que ha resistido invasiones, guerras y el paso implacable del tiempo: su imponente iglesia-fortaleza de Santa María, un coloso de piedra que fusiona la devoción religiosa con el espíritu guerrero de la frontera medieval española.
La fortaleza que custodia el corazón de un rey
Literalmente. Entre los muros de Santa María de Ujué descansa el corazón de Carlos II «el Malo», monarca del siglo XIV tan devoto de la Virgen que ordenó que, tras su muerte, su corazón permaneciera para siempre en este santuario. Este gesto extremo de fe refleja la importancia espiritual que ha tenido este enclave durante siglos, convirtiendo a Ujué en uno de los centros de peregrinación más antiguos de España.
Un pueblo nacido de una paloma divina
La leyenda cuenta que un pastor, siguiendo a una paloma que entraba y salía repetidamente de una grieta rocosa, descubrió una imagen de la Virgen María oculta entre las piedras. Este hallazgo milagroso dio origen al nombre del pueblo: «Uxue», que en euskera significa «paloma». Como otros asentamientos medievales suspendidos en el tiempo, Ujué conserva intacta su esencia histórica.
La iglesia que se convirtió en castillo
Lo que comenzó como un templo románico en el siglo XI se transformó en una fortaleza gótica tres siglos después. Sus muros almenados, torres defensivas y gruesos contrafuertes hablan de tiempos turbulentos en la frontera entre reinos cristianos y musulmanes. A diferencia de las construcciones romanas que prescindían del cemento, esta fortaleza utilizó todos los recursos disponibles para crear un bastión inexpugnable.
«Ujué es un milagro de piedra donde cada bloque cuenta una historia de fe y resistencia. Su iglesia no solo era un lugar de oración, sino un refugio para todo un pueblo en tiempos de guerra», explica María Sánchez, historiadora local.
El balcón de Navarra: vistas que quitan el aliento
Desde las torres de la iglesia-fortaleza, los visitantes pueden contemplar un panorama sobrecogedor: los Pirineos al norte, las Bardenas Reales al sur y, en días claros, hasta el Valle del Ebro. Esta ubicación estratégica explica por qué este lugar fue tan disputado durante siglos, proporcionando un control visual sobre vastos territorios.
Un laberinto medieval congelado en el tiempo
Las calles estrechas y empinadas de Ujué, protegidas por casas de robusta piedra arenisca, crean un laberinto medieval perfectamente conservado. Al recorrerlas, uno puede imaginarse fácilmente la vida cotidiana de siglos pasados, cuando el pueblo era una próspera villa real con universidad propia y privilegios especiales.
Gastronomía de pastores: las migas que conquistaron paladares
Las «migas de pastor», plato emblemático de Ujué, reflejan la tradición pastoril de la zona. Servidas en brasero y acompañadas de uvas, esta delicia rústica ha trascendido su origen humilde para convertirse en un referente gastronómico reconocido internacionalmente, como sucede con las especialidades de otros enclaves medievales únicos.
«Nuestras migas llevan siglos alimentando a generaciones. Son sencillas pero poderosas, como este pueblo que ha resistido todo tipo de tempestades», comenta Javier Lizarraga, propietario de un restaurante local.
Tesoros ocultos más allá de lo evidente
Mientras la mayoría de visitantes se concentra en la iglesia-fortaleza, los viajeros más curiosos pueden descubrir capiteles románicos con figuras mitológicas, antiguos aljibes medievales y casas blasonadas que muestran el pasado noble de algunas familias del lugar. Al igual que ciertos monasterios con bibliotecas secretas, Ujué esconde tesoros para quienes saben buscarlos.
La ruta de los misterios cercanos
A pocos kilómetros de Ujué, el viajero puede complementar su experiencia visitando el Palacio Real de Olite, el monasterio cisterciense de La Oliva o las impresionantes formaciones naturales que, como ciertas playas gallegas, revelan sus secretos solo a quienes saben cuándo visitarlas.
Ujué permanece como un testimonio pétreo de nuestra historia, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido entre almenas y campanarios. Al contemplar el atardecer desde su cumbre, bañando de oro las piedras milenarias, uno comprende por qué los antiguos consideraban este lugar sagrado. Es más que un pueblo bonito; es un portal a nuestro pasado colectivo que susurra historias de reyes, pastores y palomas milagrosas a quienes se atreven a escuchar.