En la costa oeste de Cefalonia, donde el azul del mar Jónico se transforma en mil tonalidades de turquesa, se esconde Myrtos Beach, un espectáculo natural que desafía la realidad. No es solo una playa; es una obra maestra geológica donde acantilados blancos de 300 metros se precipitan hacia aguas cristalinas, creando uno de los contrastes más fotografiados del Mediterráneo. A diferencia de las típicas postales griegas, Myrtos no es un secreto por descubrir, sino una joya que, incluso siendo famosa, conserva un aire de misterio salvaje que hipnotiza a primera vista.
El anfiteatro natural que dejó sin aliento a Hollywood
Cuando el director de «La Mandolina del Capitán Corelli» buscaba un escenario que representara la belleza intacta de Grecia durante la Segunda Guerra Mundial, encontró en Myrtos el lienzo perfecto. Esta playa semicircular, abrazada por acantilados de piedra caliza, crea un anfiteatro natural donde el blanco de los guijarros y el azul del mar protagonizan un espectáculo visual que cambia con cada hora del día.
«Myrtos no es solo una playa, es un fenómeno natural que te hace cuestionar si los colores que ves son reales o producto de tu imaginación», explica Dimitris Kokkinos, fotógrafo local que ha capturado la playa durante tres décadas.
La alquimia natural que transforma el color del agua
El secreto cromático de Myrtos reside en su composición geológica. Los acantilados de piedra caliza erosionados durante milenios han creado una playa de guijarros blancos que, combinados con la profundidad variable del fondo marino, generan hasta 16 tonalidades distintas de azul, desde el celeste cerca de la orilla hasta el azul cobalto en aguas profundas, similar a los lagos en cascada que cambian de color en otros rincones de Europa.
El ritual del atardecer que nadie se pierde
Entre mayo y septiembre, cuando el sol comienza su descenso hacia el horizonte jónico, los visitantes inician una peregrinación hacia el mirador superior. Desde aquí, el espectáculo es incomparable: el sol tiñe de naranja y rosa los acantilados mientras la playa adquiere tonalidades doradas. Este momento mágico rivaliza con los mejores atardeceres de los fiordos noruegos, pero con el calor mediterráneo como aliado.
La leyenda del monje que protege a los nadadores
Los habitantes de Cefalonia narran que un monje llamado Myrtos vivió en una cueva cercana durante el siglo XII, dedicándose a rescatar náufragos durante las tormentas. Según la tradición local, su espíritu aún protege a los nadadores que se aventuran en las profundas aguas turquesas, especialmente cuando el viento meltemi agita el mar en agosto.
El tesoro gastronómico que esconde el camino
El sinuoso descenso hacia Myrtos ofrece otra sorpresa: pequeñas tavernas familiares donde degustar auténtica cocina jónica. La especialidad local, «kreatopita» (pastel de carne con hierbas silvestres), junto con queso feta local marinado en aceite de oliva, preparan el paladar para una experiencia sensorial completa, complementando la visual que espera abajo.
«Nuestra cocina, como nuestra playa, es sencilla pero poderosa. Ingredientes puros que, como los elementos de Myrtos, crean algo mayor que la suma de sus partes», comparte Elena Metaxas, propietaria de una taverna centenaria.
La experiencia acuática que pocos conocen
Mientras la mayoría disfruta de la playa, los locales guardan un secreto: las pequeñas cuevas marinas accesibles solo nadando desde el extremo norte. Estas formaciones, similares en belleza a las cascadas petrificadas de Pamukkale pero en versión marina, ofrecen un refugio íntimo lejos del bullicio veraniego.
El rincón secreto para avistamiento de delfines
Desde el extremo sur de Myrtos, donde los acantilados se suavizan, pescadores locales ofrecen discretamente excursiones matutinas para avistar delfines, convirtiendo esta playa en un inesperado punto de observación marina que recuerda a los puertos pesqueros para avistar ballenas en latitudes más septentrionales.
Myrtos no es solo una postal perfecta de playas griegas, sino un lugar donde la naturaleza ha creado un espectáculo sensorial completo. Bajo el sol mediterráneo, entre acantilados imponentes y aguas que parecen irreales, uno comprende por qué los antiguos griegos creían que los dioses caminaban entre los mortales. En Myrtos, esa sensación divina perdura, invitándonos a sumergirnos en un azul que, como dijo Homero, es «profundo como el vino», pero brillante como ningún otro en el Mediterráneo.